domingo, 9 de mayo de 2010



CÓMO CAYÓ EL MURO DE BERLÍN

Cuando Alemania se dividió, tras finalizada la Segunda Guerra Mundial el 8 de mayo de 1945, Berlín quedó como la capital de la Alemania Oriental (República Democrática Alemana – D.D.R), el territorio más conflictivo y peligroso para el bloque soviético, régimen comunista que se apropió del territorio oriental alemán como botín de guerra.

No solamente se dividió Alemania, la ciudad de Berlín, la otrora capital de la Alemania pre-guerra, sufrió una división y gran parte de la ciudad quedó en manos de los aliados occidentales, es decir: de los americanos, los franceses e ingleses. Era una situación bien absurda, pues se vivía más barato en el sector oriental de la ciudad, donde no había trabajo ni comercios, pero se ganaba muy bien en el sector occidental. Los berlineses caminaban libremente entre los sectores ocupados hasta que un buen día se encontraron con que los soviéticos estaban construyendo una barricada para dividir físicamente el sector oriental del occidental. Algo así como que de la Plaza Venezuela – en Caracas – para el este, todo fuera controlado por los adecos y de la Plaza Venezuela para el oeste, por los copeyanos.

Tuve la fortuna de vivir en Berlín durante el año de 1972, donde conocí cualquier cantidad de berlineses de ambos lados. Veinte años más tarde, me contaba Unkel Franz, un berlinés oriental a quien conocí en mis años universitarios, que cuando se comenzó a levantar lo que finalmente terminó siendo un muro, en el año de 1961, nadie podía creer que la ciudad pudiera dividirse físicamente, pero como todas las cosas que tienen que ver con el comunismo SON POSIBLES, en especial las que conducen al desastre, aquel monstruo se materializó dividiendo la ciudad en dos grandes sectores. Prácticamente de la noche a la mañana, sin que los berlineses se prepararan ante los absurdos rumores de que eso se llevaría a cabo, la ciudad de Berlín quedó dividida por el ETERNO LAPSO de 28 años. Muchos perdieron sus vidas intentando buscar libertad del otro lado. El sector occidental de la ciudad quedó como una isla de tierra enclaustrada dentro del mar de la Alemania oriental, dividida del resto de Berlín por el río y por la muralla. Por supuesto, a nadie se le ocurría irse al otro lado del muro, es decir: hacia el lado comunista, pero del sector oriental la gente se la jugaba por emigrar a occidente.

El 26 de junio de 1963, el presidente norteamericano John F. Kennedy, al visitar Berlín, dijo en su discurso: “Si hay algunos que dicen que el comunismo es la ola del futuro, déjenlos que vengan a Berlín…” A nuestro presidente, Hugo Chávez Frías, posiblemente le hubiera parecido Berlín Oriental otro mar de felicidad, como le pareció el desastre que Castro produjo en Cuba, pero, al igual que en la isla caribeña, la gente dejaba el pellejo intentando abandonar toda aquella maravilla.

Hubo conatos de alzamientos en el lado oriental de Berlín que fueron reprimidos de la manera más brutal por las fuerzas de ocupación soviéticas. El control llegó a ser ABSOLUTO; los berlineses orientales – en su mayoría – vivían una vida triste sin mayores esperanzas. Últimamente el régimen soviético les permitió a los berlineses mayores de 65 años, una visita restringida al sector occidental al año y les abrió las puertas a los alemanes occidentales para que fueran a dejar sus dólares a Berlín Oriental cuantas veces quisieran. Yo me beneficié de esa política y solía ir a visitar una novia que tenía en el sector comunista de Berlín, donde – por cierto – la comida en la universidad era prácticamente regalada y relativamente buena.

Cuando las condiciones objetivas de un país, de un sector o del mundo entero están dadas, se producen grandes cambios para sus habitantes. Las condiciones objetivas de la Europa oriental – bajo la férrea bota soviética – estaban dadas para lograr la libertad de sus habitantes a finales de la década de los ochenta. Hungría ya se había alzado en contra del régimen soviético, cuando el 10 de septiembre decidió abrir sus fronteras a todos los alemanes orientales que quisieran dejar Alemania comunista para siempre. Hacía pocos meses, el 6 de febrero de 1989, un joven berlinés llamado Chris Gueffroy se convirtió en la última víctima de aquel monstruoso muro, al morir en su intento por lograr la libertad del otro lado de la muralla.
En mis interminables tertulias con el viejo Franz, tras el derrumbe del muro, éste me contó que al anochecer del 9 de noviembre de 1989, había un ambiente raro en la ciudad de Berlín. La gente sabía que se podía cruzar la frontera por Hungría, pero no se tenía mucha información y el temor era impresionante. Hay que recordar que los medios de comunicación en un estado comunista, son controlados por quienes están en el poder y se divulga lo que ellos quieren divulgar. La ciudad de Berlín era una fábrica de rumores. Me contó Franz que como a las 7 de la noche se corrió la bola de que el líder comunista de la ciudad, Gunter Schabowski, había dicho que parte del muro sería abierto para “viajes privados” al extranjero, pero nadie lo creía, ni sabía qué carajo eran esos “viajes privados” al extranjero y muchos pensaron que se trataba de una trampa para una nueva masacre de terrible magnitud.

Entonces, ante estas condiciones objetivas absolutamente palpables, propicias para un cambio radical, se produjo lo que yo ahora llamo “LA GUARIMBA BERLINESA”. Un grupo muy reducido y valiente salió a las calles frente a sus respectivas viviendas, como retando la suerte y a los soviéticos. No pasó ABSOLUTAMENTE NADA. Me decía Franz que si hubieran visto a los policías del régimen venir con sus armas listas a disparar (como en oportunidades anteriores), lo único que hubieran tenido que hacer era retirarse a sus viviendas, para volver a salir cuando pasara el peligro. El pueblo berlinés estaba – al contrario del pueblo venezolano – absolutamente desarmado, pero – al igual que los venezolanos – cansado de abusos y deseosos de obtener su libertad.

No sucedió nada. Sin embargo, la confianza fue creciendo en la medida en que los vecinos iban saliendo masivamente a las calles. La ciudad se paralizó de punta a punta. Era imposible que pudieran pasar las tanquetas soviéticas con sus cañones asesinos. El pueblo se fue envalentonando y en pocas horas llegaron todos al muro donde los policías de frontera no sabían qué hacer.

El primer ser humano que logró caminar libremente hacia Berlín Occidental fue una mujer, quien al saberse libre del otro lado del muro dijo: “No soy más una prisionera…” Escribo este relato con lágrimas en mis ojos al pensar que pudimos haber sido libres, como esa mujer berlinesa que decidió retar al oprobio con sus manos vacías, un valor a toda prueba… ¡y un profundo deseo de libertad!

Nosotros nos hubiéramos liberado de la pesadilla castro-estalinista en Venezuela, de no haber sido por la traición, en primer término, del archi-comunista Pompeyo Márquez, quien en representación de la tristemente-famosa y desparecida “Coordinadora Democrática”, salió en los medios de comunicación llamando al pueblo a sus casas, matando así “La Guarimba” del año 2004.

Karl Heiz Grüber fue un berlinés común que cruzó el portón hacia el Oeste, aquella misma noche. Sus declaraciones fueron recogidas y publicadas al día siguiente por todos los periódicos del entonces Berlín occidental. El titular de primera plana de uno de esos periódicos decía “LO PUDIMOS HABER HECHO HACE MUCHOS AÑOS”. Se estaba refiriendo a las declaraciones de Herr Grüber, quien, luego de ver lo fácil que fue romper las barreras de aquel infausto e ignominioso muro, le dijo al mundo que algo similar se pudo haber hecho muchos años antes. Claro, no siempre estuvieron dadas las condiciones objetivas para que el pueblo tomara la iniciativa colectiva y saliera a reclamar el sagrado derecho de libertad y los berlineses orientales desconocían el poder que tiene un pueblo en sublevación activa, generalizada y sostenida. Jamás escucharon decir que solamente Dios, es más poderoso que un pueblo unido en sublevación.

Aquellos eventos fueron históricos. Al principio los guardias de fronteras intentaron hacer su trabajo de alguna manera. No dispararon, pero comenzaron a pedir papeles, labor que muy pronto dejó de tener sentido. Los berlineses se dieron cuenta de que eran mayoría ante un puñado de guardias y, aunque tenían 28 años de brutal represión, se impusieron y se hicieron hacia la libertad.

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